lunes, 21 de octubre de 2013



De las pretensiones estadounidenses en México durante el siglo XIX
Yolanda Elia Barrios Rivera

Desde publicaciones anteriores hemos mencionado que el panorama del México pos independiente no es el más favorecedor, si bien sabemos existían constantes pugnas sobre el proyecto político que debía regir nuestro país; así monarquistas, republicanos se disputaban las riendas y el control para legitimar su poder en el México decimonónico.
Sin embargo, éste no era el único problema que aquejaba nuestra nación. Él país vecino del norte, desde sus inicios como nación independiente se auto designó el único capaz de civilizar las inmensas tierras del nuevo mundo y de explotar sus recursos. Ya lo ratificaba la teoría del Destino Manifiesto formulada por O ´Sullivan, para justificar la anexión de Texas y el avance hacia Nuevo México y  California; su misión: imponer a otros países un mismo sistema político y económico. La geopolítica permitiría que México estuviera dominado y supeditado por Estados Unidos. Pero ¿qué consecuencias nos traería esta política expansionista estadounidense?  
El país vecino durante todo el siglo XIX ampliará sus dominios territoriales y, México representa una nueva conquista, por ello inicia discretas investigaciones para saber cuáles son sus mejores territorios, se preparan para la compra, para declarar la guerra o la invasión, sea cual sea la estrategia el fin es el dominio hegemónico.  Así ofrece la compra del  territorio de Texas, California y Nuevo México pero ante el rechazo del gobierno mexicano, la mejor escusa es la defensa de Texas ante su posible independencia y posteriormente tomar el camino de la guerra. Para justificar la agresión, James Polk ordenó al general Zachary Taylor provocar un encuentro con los mexicanos a fin de que fueran ellos quienes rompieran las hostilidades, así responden a la invasión norteamericana y se inicia una de las guerras más desiguales e injustas que enfrenta México a mediados del  siglo XIX.
El gobierno mexicano contribuyó para que este fenómeno sucediera. Muchos políticos veían en el sistema republicano estadounidense un modelo de gobierno nuevo, necesario de imponerse en México, apoyaron también la colonización de territorio mexicano con pobladores estadounidenses. Durante la guerra con Estados Unidos, los criollos estaban más comprometidos en defenderse de los mayas que de los extranjeros. El claro ejemplo lo vemos en la carta que envían hacendados, comerciantes de Yucatán a Washington con copias a Madrid y Londres, ofreciéndoles a cambio de su poderosa y eficaz ayuda en contra de los mayas, el dominio y soberanía absoluta de Yucatán. La población criolla yucateca recibe con los brazos abiertos a marinos estadounidenses para protegerlos de los mayas.
Con la derrota de México, Estados Unidos impondrá severas condiciones que repercutirán gravemente en la territorialidad del país.  Demandaban que México cediera la mitad de sus territorio, las tierras comprendidas entre el océano Pacifico hasta Texas, incluyendo Baja California y exigían el derecho de vía marítima por el Istmo de Tehuantepec. Renuentes a perder el dominio sobre la sociedad mexicana, los políticos prefirieron ceder la mitad del país, así conservarían Baja California y mantuvieron la soberanía del Istmo.
Como consecuencia de aquella guerra el país estuvo a punto de desintegrarse, los estados de la federación amenazaban con separarse, como lo había hecho Yucatán. Se produjeron múltiples resurrecciones indígenas en Yucatán, Chiapas y la Huasteca; los cambios de presidentes fueron tan frecuentes como lo había sido la república centralista. En medio de aquel caos era imposible que la economía se desarrollara, cada región del país inclusive cada hacienda agrícola, llegaron a producir apenas lo necesario para el consumo local, tanto por la baja productividad que no permitía que hubiera excedentes como por lo rudimentario de los transportes, y las gravosas alcabalas.
La pérdida de la mitad de México puso en evidencia la magnitud de la incompetencia criolla. Si los mexicanos no se sacudían esa torpeza política, corrían el riesgo de desaparecer y ser devorados por el gigante del norte, o atacado por otras naciones.
En 1853, los conservadores adquirieron  nueva fuerza y propusieron el retorno al centralismo, recurriendo al caudillo que, aunque desprestigiado por sus pasados fracasos militares y políticos, todavía era considerado por ellos como el único capaz de encarnar el papel de dictador que la caótica situación parecía reclamar: Antonio López de Santa Anna.

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