INSERCIÓN DE LAS MUJERES EN
LA POLITICA DE SIGLO XIX Y XXI
En
este escrito me ocuparé brevemente de comparar las posibilidades de inserción
en las prácticas políticas de las mujeres de principios del siglo XIX y las
actuales; en todo caso también sería oportuno revisar los factores que han
limitado esta participación. Debo comentar que al hablar de política y de la incursión
de las mujeres en esta, no se debe entender únicamente como el ejercicio de
género en el sufragio o la obtención de cargos públicos, sino también como la
activa participación en la toma de
decisiones en el ámbito público y de bien común.
El
papel que han desempeñado hombres y mujeres en la sociedad a lo largo de la historia
y su colaboración en las diversas esferas de la vida nacional, ha estado
condicionado por factores sociales y culturales, que han propiciado diferencias
en las formas de relacionarse y de participar en los ámbitos familiares,
sociales, económicos y políticos, que en ocasiones se traducen en situaciones
de inequidad. Nuestro país no es la excepción, hablando específicamente de
México, la intervención en la política ha sido históricamente inequitativa,
dicho ejercicio ha sido realmente sobredeterminado por factores culturales,
privilegiando hegemónicamente a los hombres en este deber. Por ello es
pertinente preguntarnos ¿qué factores han permitido que el actuar de las
mujeres en la política sea incipiente con relación a la de los hombres?
¿Existen elementos históricos que lo expliquen? ¿Qué antecedentes no
permitirían dar cuenta de esta polémica? ¿Qué cambios se han generado
actualmente?
Revisando nuestra historia observamos que las
diferencias de roles entre hombres y mujeres ha sido siempre muy marcada y
diferenciada. Desde la época prehispánica los hombres asumían los cargos
públicos, realizaban tareas consideradas no propicias para las mujeres como el
ejercicio de la guerra; notamos que existían estereotipos muy acentuados. No se
puede negar que la gran herencia de la época colonial sirvió de cimiento para
imponer esta premisa a los países dominados, con una determinada forma de
pensar, actuar y concebir ideas. Esta etapa es la que permite evidenciar
mayores diferencias en la equidad de roles de género, respaldadas
primordialmente por una ideología religiosa dominante.
Es aquí cuando
surgen los estereotipos que gobernarían la vida general de la mujer del siglo
XVI-XVIII, y más tarde en el siglo XIX, entre los que se encuentran: la
sumisión absoluta al hombre, la predestinación al matrimonio, la permanencia en
el hogar, el cuidado de los hijos, la conservación del recato y la virginidad,
entre otros. Éstos eran aspectos importantes de la moral cristiana que deberían
ser practicados por todas las esferas sociales. Nos damos cuenta que prevalecía
también la concepción aristotélica
donde se percibe a la mujer como un ser incompleto y por lo tanto incapaz. Esta
noción fue dominante durante siglos; de hecho permeó el pensamiento político y
filosófico, así como las instituciones jurídicas.
A principios del siglo XIX en las clases altas se
pensó que las mujeres deberían ser preparadas intelectualmente a fin de que
instilaran en la nueva generación el patriotismo, la ética laboral y la fe de
progreso.
Serían las encargadas de educar correctamente a los nuevos ciudadanos.
Aunque en teoría esta era la concepción y función, no
implicaba la sumisión de ellas en su
totalidad,
pues existieron mujeres inteligentes, intelectuales, que fueron fundamentales
en la organización de procesos políticos, económicos y sociales, es innegable
este hecho, pero no era común.
En la independencia no podían faltar las mujeres
dispuestas a participar aún cuando sus estrechas condiciones se los impedían.
El sometimiento a que estaban sujetas por la religión, la familia y la sociedad
no fueron obstáculos para que realizaran tareas de espías, informantes,
combatientes en los ejércitos, proveedoras de recursos monetarios y materiales,
conspiradoras y propagandistas de las ideas libertarias.
Conocemos el caso de Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario que no solo
fueron observadoras de un suceso importante sino partícipes, pensemos en muchas
otras que no figuran en libros ni en la historia, pues ellas no podían ser
protagonistas.
Aunque no es de extrañarse que otras mujeres leyeran y
discutieran asuntos públicos o políticos, pero el hecho de que participaran
activamente en cargos gubernamentales, que emitieran su voto, que manifestaran
públicamente su forma de pensar era imposible.
La mujer del siglo XIX a pesar de haber vivido un
cambio en las estructuras políticas, ideológicas, económicas y sociales, no
vivió un cambio en el ámbito personal, pues sus sentimientos, pensamientos y
opiniones quedaron callados y omitidos por la mayoría de los hombres y de la
sociedad de dicho siglo. Su participación política en comparación con la de los
hombres es escaza. No figuran en los puestos públicos. Aunque a nivel mundial es precisamente a
finales del siglo XIX que surgen luchas y movimientos a favor del sufragio de
las mujeres, obteniendo grandes resultados durante el siglo XX.
La trayectoria a seguir de la mujer desde la segunda
mitad del siglo XX a nuestros días has sido la de incorporarse día a día en
mayor proporción al mercado de trabajo y la de adquirir los mismo derechos que
los hombres, sin embargo es notorio que se sigan presentado algunos obstáculos
para el desarrollo laboral y social de la mujer.
Con el paso de los años, los roles femeninos y masculinos se ha
modificado, los trabajos que antiguamente eran propios y representativos de
cada sexo, hoy en día se comparten como el trabajo domestico, el empleo
informal. Este continuo cambio se debe específicamente a las luchas en derechos
humanos que las mujeres han emprendido, en ocasiones a la carencia de recursos
que hacen indispensable su inserción en el mercado laboral. En México también
se ha dicho que son varias las causas que incentivan a las mujeres a trabajar,
como el de la remuneración económica, la realización personal y el complemento
de ingreso; la elevación de los niveles educativos de las mujeres ha sido preponderante
para que ellas figuren no solo en el ámbito laboral, sino el político.
En estas últimas décadas la participación de las
mujeres en la política es notoria, pero no por ello equitativa, han sido
incorporadas a esta esfera paulatinamente. En comparación con las mujeres del
siglo XIX, ahora figuran como representantes de partidos políticos, tienen
cargos públicos, participan en diversas organizaciones políticas no
gubernamentales y proactivas, existe una mayor inserción de ellas en la vida
pública aunque no el misma proporción que los hombres.
Según Alicia Girón esto se debe a que algunos partidos
de izquierda han reconocido las luchas femeninas y la incorporación de estas en los cargos de
elección popular. A partir del año 2007 se obligó a los partidos políticos a
incorporar en sus planillas por lo menos el 30% de participación femenina. Surgieron
también peticiones de algunos organismos internacionales a los países Latinos,
donde se planteaban ponderar la acción de las mujeres en la política.
Fue a
partir de la década de los 80, cuando varias mujeres se incorporan a los
puestos considerados importantes de la política formal, y se colocan en altos
niveles del Gobierno Federal (Farías 1988). Según la información recopilada la
presencia de mujeres en la administración pública en el período 1980-1992,
representó un 6% de participación femenina –de 7.655 puestos, 466 fueron
ocupados por mujeres-. Respecto a las dependencias con más proporción de
mujeres, éstas son la Secretaría de Programación y Presupuesto (l4%), la de
Educación Pública (12.9%) y la de Pesca (1 0.3%).
Actualmente
la Cámara de Diputados tiene solo el 23.2% de representación femenina y en el
Senado de 18.8%.
En general la participación de ellas como servidoras públicas y cargos en la
administración es baja, manteniéndose más o menos estable en los últimos años.
Lo anterior hace referencia a la cuestión de los cargos públicos. Pero existe
un sinfín de organizaciones no gubernamentales (ONG) donde militan, dirigen,
actúan mujeres de los diferentes estratos sociales; cargos que hace dos siglos
eran impensables.
Se ha
fomentado el cambio ideológico en muchos sectores respecto a la función de ser
mujer, hemos podido figurar en muchos
ámbitos, pero seguimos arrastrando culturalmente el rol primordial de ser
madres, amas de casa, etc. Todavía queda mucho por hacer, en gran parte del
país las mujeres carecen de medios que les permitan explorar su participación
en otros ámbitos, no reciben educación, su vida es precaria lo que dificulta
esa posibilidad. Si bien logramos observar un notable avance en la inserción de
las mujeres en la política, la creación de un marco legal para que ello suceda,
todavía México tiene un alto índice de discriminación hacia las mujeres, por lo
que la tarea para las actuales protagonistas legisladoras es ardua y requiere
de solidaridad de las demás para implementar iniciativas.
La esencia misma de la democracia es la participación
de la ciudadanía en las diversas tareas políticas, culturales y cívicas; y
entre más incluyente y entusiasta sea es participación, mayor solidez tendrá un
sistema basado en la apertura y el diálogo. Recoger las demandas de mujeres y
hombres por igual, atender sus necesidades y garantizarles espacios de
interlocución, debate y toma de decisiones es una aspiración de los regímenes
democráticos y un reflejo de su madurez.
FUENTES DE
INFORMACIÓN
·
GAARDER, JOSTEIN. Historia
de la filosofía. Ed. Patria 1994.